Por eso, aquí tienes el cortometraje.
Y aquí tienes el relato:
El Pasillo
Todavía no ha cerrado la puerta y dice:
- Gracias por avisarme.
Ella no
contesta. Está de pie al otro extremo del pasillo, frente a una puerta abierta
que da a una habitación. Mira con los ojos muy abiertos al interior de la
habitación por la que entra la única luz, frágil, que alumbra el corredor.
Él cierra la
puerta con suavidad, como si hacerlo no fuera una buena idea. Está en el
recibidor de la casa; a su derecha hay otra puerta abierta que da a un cuarto
que está a oscuras y frente a él es donde está el pasillo que lleva hasta ella.
El pasillo en
penumbra que los separa. Un cuadro solitario cuelga de la pared.
Ella retuerce
el vestido entre sus dedos (tiene las uñas pintadas de rojo) y la luz que entra
por la puerta abierta de la habitación crea sombras sobre la tela. Son sombras
extrañas, sin forma.
Él se revuelve
en el recibidor, como si fuera muy estrecho, como si no supiera qué hacer con
su cuerpo. Observa a su alrededor. Pregunta casi en un grito:
- ¿Laura, verdad?
Ella no vuelve
el rostro.
- No sé qué hacer con sus libros –dice.
Apenas susurra
y su mirada se pierde en el interior de la habitación por la que entra la luz.
- Sí, es Laura. Tu nombre. Recuerdo que me lo dijo.... –
dice él.
Duda, parece
que va a añadir algo más pero que no se decide.
Se quita el
abrigo y busca con la mirada un lugar donde colgarlo. No lo encuentra. Parece
decepcionado. El abrigo queda colgando sin vida de su brazo. Mira la puerta que
hay a su derecha, la que da al otro cuarto, el cuarto que está a oscuras, como
si la descubriera ahora. Dice:
- Me he perdido al venir –sus palabras retumban entre
las paredes.- Por eso he tardado tanto.
- Son muchos libros. Demasiados. –dice ella.
Parece que él
duda otra vez pero calla. Vuelve a mirar la puerta de su derecha, da un tímido
paso hacia ella. Ladea la cabeza y estira el cuello, como si quisiera descubrir
qué hay más allá de la oscuridad. Y entonces camina y entra en el cuarto,
desaparece. Se escuchan pasos rápidos sobre el parqué y enseguida también el
quejido de una persiana. La luz entra con timidez en el recibidor. Desde el
cuarto, él grita:
-
Veo que has traído cajas
de cartón.
Y se oyen de nuevo sus pasos mientras recorre el cuarto. Esta
vez son pasos cortos y lentos sobre la madera, pasos esforzados que mueren de
repente.
- Me imaginaba vuestro salón más pequeño –se le escucha
decir.
Ella sigue
observando el interior de la habitación desde la puerta, de pie, con los dedos
pintados de rojo estrujando la tela de la falda, y no contesta. Parece que su
silencio lo ocupa todo: la habitación frente a ella, el pasillo, el recibidor y
el cuarto donde está él. Hasta que él dice:
- Mi hijo… él…
Durante un
instante el silencio vuelve a llenar el espacio que los separa. Él continúa:
- ¿Seguía pintando?
Ella detiene
la lucha con su falda y los dedos pintados de rojo son como manchas brillantes
sobre la tela negra. Levanta las cejas y abre mucho los ojos. Murmura:
- Están ordenados. Se enfadaba conmigo. Si los colocaba
mal, se enfadaba conmigo. Siempre los organizaba él.
Él sale del
cuarto, regresa al recibidor, se detiene allí. Ya no lleva el abrigo colgando
del brazo, en su lugar lleva una caja de cartón. La luz pálida que llega ahora
al recibidor muestra las canas de su barba, las arrugas del rostro, las ojeras
que acorralan los ojos. Unas viejas gafas de leer cuelgan de su cuello. La caja
de cartón está vacía.
De nuevo,
queda frente al pasillo en penumbra y ella al final, más allá del cuadro que
cuelga en la pared.
- No sabía llegar, nunca había venido a esta casa – dice
él.- Por eso he llegado un poco tarde.
Ella sigue con
la mirada clavada en algún punto de la habitación del fondo.
- Te agradezco mucho que me hayas avisado –continúa él.
Luego da un
paso y se detiene ahí, al pie de la penumbra del pasillo. Parece que no sabe si
dar un paso más y adentrarse en ella o quedarse donde está. Se decide al fin y
avanza unos pasos. Entonces, a mitad del pasillo, repara en el cuadro de la
pared y pregunta:
- ¿Este cuadro lo pintó él?
Ella se agita
de repente. Cruza los brazos sobre su pecho y se los frota con las manos. El
rojo de las uñas aparece más vivo sobre su piel desnuda.
- No hay cajas suficientes. Tenía que haber traído más
cajas –dice ella.
Él está parado
frente al cuadro y lo observa. Se coloca las gafas y se acerca. Es un cuadro
pequeño, sin marco, un lienzo. Abraza la caja de cartón.
- Sí, tiene que ser suyo -dice.- Su madre querrá tenerlo…
Si te parece bien, claro.
En ese
momento, suena el telefonillo.
Ninguno de los
dos dice nada.
Suena otra
vez.
Él la mira y
espera.
Ella cierra
los ojos y deja escapar un suspiro. Luego recorre el pasillo, la penumbra, sin
levantar la vista del suelo, con los brazos aún cruzados sobre el pecho. Sus
pasos son como un rumor sobre la madera. Él se aparta sin decir nada cuando
pasa a su lado.
El timbre
suena una tercera vez.
- ¿Sí? –dice ella al descolgar.
Durante unos
segundos no dice nada, escucha. Está de espaldas a él, la cabeza inclinada, el
auricular entre sus dedos pintados de rojo. Él está en mitad del pasillo, en la
penumbra, aún junto al cuadro, y la mira. Luego, lentamente, deja la caja de
cartón en el suelo.
- No –dice ella.
Él se gira.
Camina hacia la habitación del fondo, despacio.
- Sí, sí, estoy segura. No vive aquí. Ya no vive aquí
–dice ella.
Él se detiene
en el umbral de la puerta, observa el interior.
- No, no hay otra dirección. –Hace una pausa-. Devuelvan
el paquete, por favor.
Y cuelga el
telefonillo.
Se da la
vuelta. De nuevo, sus dedos vuelven a jugar con la falda pero no hay sombras
sobre la tela, sólo el rojo de las uñas pintadas. Al final del pasillo, él se
quita las viejas gafas y deja que cuelguen sobre el pecho.
Otra vez el
pasillo en penumbra que los separa.
Ella,
entonces, deshace el camino, atraviesa la penumbra. Se detiene frente al
cuadro. Lo observa un instante, lo descuelga y lo mete en la caja de cartón. Lo
recoge todo del suelo y termina de recorrer el pasillo, hasta la habitación,
hasta él.
Él, con la
mirada clavada en algún punto de la habitación, dice:
- Tienes
razón. Nos van a hacer falta más cajas.
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