jueves, 19 de septiembre de 2013

El Pasillo

"El Pasillo" es un cortometraje que antes fue un relato. No sé cuál es el orden bueno para verlo, quizás sea mejor leer el relato y comprobar luego si el cortometraje se parece a lo que has imaginado; o al revés, no lo sé. No creo que importe mucho.

Por eso, aquí tienes el cortometraje.



Y aquí tienes el relato:

El Pasillo


Todavía no ha cerrado la puerta y dice:
- Gracias por avisarme.
Ella no contesta. Está de pie al otro extremo del pasillo, frente a una puerta abierta que da a una habitación. Mira con los ojos muy abiertos al interior de la habitación por la que entra la única luz, frágil, que alumbra el corredor.
Él cierra la puerta con suavidad, como si hacerlo no fuera una buena idea. Está en el recibidor de la casa; a su derecha hay otra puerta abierta que da a un cuarto que está a oscuras y frente a él es donde está el pasillo que lleva hasta ella.
El pasillo en penumbra que los separa. Un cuadro solitario cuelga de la pared.
Ella retuerce el vestido entre sus dedos (tiene las uñas pintadas de rojo) y la luz que entra por la puerta abierta de la habitación crea sombras sobre la tela. Son sombras extrañas, sin forma.
Él se revuelve en el recibidor, como si fuera muy estrecho, como si no supiera qué hacer con su cuerpo. Observa a su alrededor. Pregunta casi en un grito:
- ¿Laura, verdad?
Ella no vuelve el rostro.
- No sé qué hacer con sus libros –dice.
Apenas susurra y su mirada se pierde en el interior de la habitación por la que entra la luz.
- Sí, es Laura. Tu nombre. Recuerdo que me lo dijo.... – dice él.
Duda, parece que va a añadir algo más pero que no se decide.
Se quita el abrigo y busca con la mirada un lugar donde colgarlo. No lo encuentra. Parece decepcionado. El abrigo queda colgando sin vida de su brazo. Mira la puerta que hay a su derecha, la que da al otro cuarto, el cuarto que está a oscuras, como si la descubriera ahora. Dice:
- Me he perdido al venir –sus palabras retumban entre las paredes.- Por eso he tardado tanto.
- Son muchos libros. Demasiados. –dice ella.
Parece que él duda otra vez pero calla. Vuelve a mirar la puerta de su derecha, da un tímido paso hacia ella. Ladea la cabeza y estira el cuello, como si quisiera descubrir qué hay más allá de la oscuridad. Y entonces camina y entra en el cuarto, desaparece. Se escuchan pasos rápidos sobre el parqué y enseguida también el quejido de una persiana. La luz entra con timidez en el recibidor. Desde el cuarto, él grita:
- Veo que has traído cajas de cartón.
Y se oyen de nuevo sus pasos mientras recorre el cuarto. Esta vez son pasos cortos y lentos sobre la madera, pasos esforzados que mueren de repente.
- Me imaginaba vuestro salón más pequeño –se le escucha decir.
Ella sigue observando el interior de la habitación desde la puerta, de pie, con los dedos pintados de rojo estrujando la tela de la falda, y no contesta. Parece que su silencio lo ocupa todo: la habitación frente a ella, el pasillo, el recibidor y el cuarto donde está él. Hasta que él dice:
- Mi hijo… él…
Durante un instante el silencio vuelve a llenar el espacio que los separa. Él continúa:
- ¿Seguía pintando?
Ella detiene la lucha con su falda y los dedos pintados de rojo son como manchas brillantes sobre la tela negra. Levanta las cejas y abre mucho los ojos. Murmura:
- Están ordenados. Se enfadaba conmigo. Si los colocaba mal, se enfadaba conmigo. Siempre los organizaba él.
Él sale del cuarto, regresa al recibidor, se detiene allí. Ya no lleva el abrigo colgando del brazo, en su lugar lleva una caja de cartón. La luz pálida que llega ahora al recibidor muestra las canas de su barba, las arrugas del rostro, las ojeras que acorralan los ojos. Unas viejas gafas de leer cuelgan de su cuello. La caja de cartón está vacía.
De nuevo, queda frente al pasillo en penumbra y ella al final, más allá del cuadro que cuelga en la pared.
- No sabía llegar, nunca había venido a esta casa – dice él.- Por eso he llegado un poco tarde.
Ella sigue con la mirada clavada en algún punto de la habitación del fondo.
- Te agradezco mucho que me hayas avisado –continúa él. 
Luego da un paso y se detiene ahí, al pie de la penumbra del pasillo. Parece que no sabe si dar un paso más y adentrarse en ella o quedarse donde está. Se decide al fin y avanza unos pasos. Entonces, a mitad del pasillo, repara en el cuadro de la pared y pregunta:
- ¿Este cuadro lo pintó él?
Ella se agita de repente. Cruza los brazos sobre su pecho y se los frota con las manos. El rojo de las uñas aparece más vivo sobre su piel desnuda.
- No hay cajas suficientes. Tenía que haber traído más cajas –dice ella.
Él está parado frente al cuadro y lo observa. Se coloca las gafas y se acerca. Es un cuadro pequeño, sin marco, un lienzo. Abraza la caja de cartón.
- Sí, tiene que ser suyo -dice.- Su madre querrá tenerlo… Si te parece bien, claro.
En ese momento, suena el telefonillo.
Ninguno de los dos dice nada.
Suena otra vez.
Él la mira y espera.
Ella cierra los ojos y deja escapar un suspiro. Luego recorre el pasillo, la penumbra, sin levantar la vista del suelo, con los brazos aún cruzados sobre el pecho. Sus pasos son como un rumor sobre la madera. Él se aparta sin decir nada cuando pasa a su lado.
El timbre suena una tercera vez.
- ¿Sí? –dice ella al descolgar.
Durante unos segundos no dice nada, escucha. Está de espaldas a él, la cabeza inclinada, el auricular entre sus dedos pintados de rojo. Él está en mitad del pasillo, en la penumbra, aún junto al cuadro, y la mira. Luego, lentamente, deja la caja de cartón en el suelo.
- No –dice ella.
Él se gira. Camina hacia la habitación del fondo, despacio.
- Sí, sí, estoy segura. No vive aquí. Ya no vive aquí –dice ella.
Él se detiene en el umbral de la puerta, observa el interior.
- No, no hay otra dirección. –Hace una pausa-. Devuelvan el paquete, por favor.
Y cuelga el telefonillo.
Se da la vuelta. De nuevo, sus dedos vuelven a jugar con la falda pero no hay sombras sobre la tela, sólo el rojo de las uñas pintadas. Al final del pasillo, él se quita las viejas gafas y deja que cuelguen sobre el pecho.
Otra vez el pasillo en penumbra que los separa.
Ella, entonces, deshace el camino, atraviesa la penumbra. Se detiene frente al cuadro. Lo observa un instante, lo descuelga y lo mete en la caja de cartón. Lo recoge todo del suelo y termina de recorrer el pasillo, hasta la habitación, hasta él.
Él, con la mirada clavada en algún punto de la habitación, dice:
- Tienes razón. Nos van a hacer falta más cajas. 

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