Un piano toca solo
en la Gare du Midi.
Con sus canciones despierta
a los fantasmas
que viven en la maleta
entre la pasta de dientes
y la ropa interior.
El metro huele a otro lugar
lejos, mucho más allá
de Schengen y sus columpios de Ikea.
A azafrán, a mandioca
(también a gofres, bien sûr)
y a esa extraña materia
en la que se descomponen los sueños.
Huele a otros sitios
en los que no hay metro
ni por supuesto Ikea.
En las calles grises,
como un reflejo agrietado
del cielo gris,
ya no suena Jacques Brel.
Sólo quedan locos
que no temen la lluvia
y estudiantes que se empapan
con la sonrisa
de quien se cree inmune.
Por la noche, night shops y camellos
venden promesas a precios desorbitados.
No importa: la música ya suena
en alguna escuela abandonada
(ni siquiera esa nana desquiciada
saca a la ciudad de su letargo).
Hay parques como estallidos,
vendedores de patatas fritas
(¡sauce mayonnaise, s’il vous plaît!),
mujeres que anudan el otoño
con sus bufandas,
turistas que desde las terrazas
se asoman a la ciudad
como si fuera ella la extraña.
Torre de Babel tambaleante
y orgullosa estación de paso,
si alguien escribiera su historia
sería la del héroe que avanza
a pesar de las heridas.
Yo de estas cosas no entiendo, porque le mentiría si dijera lo contrario: pero desde mi leguez en la materia le comento que es una mandanga harto bonita, oiga. Y no se le ha olvidado la referencia a los gofres.
ResponderEliminar"sólo quedan pocos que no temen la lluvia..." Me ha gustado esa frase, bueno, todo ello, y me ha traído recuerdos en este día tan gris... Qué bonito... Abrazos
ResponderEliminar@Señor de las Moscas, los gofres son ineludibles. Gracias por su piropo. Ambos sabemos que es usté menos lego en la materia de lo que su humildad le permite admitir ,)
ResponderEliminar@MartaNoviembre: a pesar de que creo que ha leido usté mal la frase, le agradezco que se haya paseado por este rincón y que haya dejado una pequeña huella en el suelo húmedo de este otoño.