martes, 19 de abril de 2011

Al otro lado

En la fotografía, ella sonríe y agarra su polla con la mano. Él no recuerda esa foto. Está hecha con el móvil y la calidad es mala, pero se ve claramente la sonrisa de ella y su polla, dura entre los dedos. Ella la mira y sonríe, con los labios entreabiertos. La foto no es buena, se ve el grano y hay poca luz, pero él se da cuenta de que ella está borracha. Los dos están muy borrachos, recuerda. Es la tercera o cuarta noche que salen juntos y esa vez acaban en casa de él. Van a cenar y luego toman unas copas en algún bar de Tribunal. No recuerda cuál, pero sí se acuerda de que casi no hablan: beben y se besan hasta que al final cogen un taxi hasta su casa. En el asiento de atrás ella está todo el camino con la mano metida en su pantalón, acariciándole. Recuerda que él siente un poco de vergüenza y busca en el retrovisor una prueba de que el taxista se ha dado cuenta de lo que hacen. Cuando llegan a casa la ropa no les dura mucho y entonces él hace esa foto con el móvil: ella arrodillada en el suelo, con la polla en la mano, mirándola y sonriendo. Esa noche no pasa nada más, recuerda. Él se encuentra mal de repente y tiene que ir al baño a vomitar. Cuando vuelve, ella está tumbada en la cama, dormida. Él recuerda ahora que le sorprende tanto verla allí, su cuerpo tatuado de pecas desnudo sobre su cama, que decide hacerle otra foto. Una foto que nunca llega a enseñarle. Ya da igual, piensa. No sabe dónde está esa foto.

Ella aparece ahora de pie sobre una arena muy negra. Al fondo se ve el mar. Él recuerda que están solos en la playa y que aunque era un día soleado todavía hace algo de frío. Pero allí está ella, desnuda y diciéndole algo a él, el chico del otro lado de la cámara. Él está vestido, recuerda, y sabe lo que ella le está diciendo: venga, quítate la ropa, date un baño conmigo. Y él presiona el botón de la cámara y le hace una foto. No recuerda si finalmente él también se baña, y eso le parece extraño. Sólo recuerda que hace algo de frío todavía y al ver la foto se imagina la piel de gallina, los pezones duros, ásperos. Ella tiene la piel muy blanca y él no puede evitar fijarse en el pelo ensortijado y rojizo que le cubre el pubis. Y entonces se ve otra vez entre sus muslos, las caderas atrapadas por sus manos, las sacudidas como si quisiera zafarse, el cosquilleo de los rizos pelirrojos en sus labios. Poco a poco su polla reacciona, le aprieta bajo el pantalón. Él respira hondo. Vamos, báñate conmigo, le dice ella. Y él al otro lado de la cámara y vestido.

Hay más fotos. Esta vez son tres y al verlas recuerda que son de una misma noche.
Ella sentada sobre la mesa del salón, un brazo ocultando las tetas, las braguitas en los tobillos sostenidas por la tensión de las piernas abiertas. Sonríe.
Los dos en la cama, ella sobre él, la cara muy cerca de la cámara, en primer plano. El pelo, las tetas, el vientre y al fondo su polla, de nuevo entre los dedos de ella.
Un camino intermitente de semen que recorre su espalda, oculta las pecas. Su espalda.
Recuerda ese polvo y el recuerdo se agarra a su entrepierna. Mete la mano por debajo del pantalón. Con la otra mano va pasando las imágenes una a una, muy lentamente. Suelta el botón y baja la bragueta, la mano se mueve ahora libre bajo el pantalón. Sus dedos dentro de ella y la mesa vibrando, las braguitas abandonadas en el suelo, su lengua recorriendo el cuello, los pezones, el vientre, el vaivén de la mano y su polla, él agarrado a sus caderas antes de correrse… Pero entonces detiene su mano. En pantalla queda la imagen de ella desnuda sobre la mesa. Y recuerda esa noche, ese polvo, y recuerda también ese día y la discusión. Lentamente, saca la otra mano del pantalón y sube la cremallera. Cierra el botón.

En la fotografía fuma pero está seguro de que el cigarrillo es de él. Ella nunca fuma. Allí, suspendido en la oscuridad de la foto, el cigarrillo le parece algo así como una promesa. Está sentada sobre la cama, con las piernas recogidas y los brazos apoyados en las rodillas. Desnuda. Le gusta cómo le queda el cigarrillo. No sonríe, mira muy fijamente a la cámara y el cigarrillo en la mano. No recuerda esa fotografía. Ni siquiera reconoce dónde hizo la foto, si en su casa o en la de ella. Le parece que la chica que aparece en la pantalla, sentada desnuda en la oscuridad de un cuarto, es otra persona. Y ahora, tanto tiempo después, reconoce algo frágil en ella, en esa mirada a la cámara, en los brazos cruzados sobre las rodillas. Incluso el cigarrillo deja de parecerle una promesa y se convierte en algo fugaz, en algo que está de paso. La oscuridad del cuarto se abalanza sobre ella, amenaza con engullirla y él tiene el repentino deseo de abrazarla. Pero entonces recuerda que es demasiado tarde, que la chica desnuda de la foto es ya otra persona y sabe que no puede hacer nada.

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