lunes, 11 de julio de 2011

La casa

Desde el día en que entraron los ladrones, la casa está cada vez más nerviosa. Nada de lo que decimos mi mujer y yo sirve, no hay modo de que se tranquilice. Le explicamos que no ha sido grave, que lo fundamental es que todos estamos bien. ¿Qué importancia tienen, al fin y al cabo, una televisión y un ordenador comparados con la posibilidad de un desayuno en la terraza o de un baño con burbujas? Al principio, pensamos que sus nervios eran muy normales y estábamos seguros de que con el tiempo se le acabarían pasando. Pero la verdad es que la situación ha ido a peor. Por las noches nos despertamos entre gritos y lágrimas. A pesar de nuestras legañas, intentamos calmarla con nuestras mejores palabras. Escuchamos pacientemente el relato de sus pesadillas. Incluso prometí que repararía una pequeña fuga de una cañería que causaba molestias desde hacía meses y que no había tenido tiempo de arreglar. Nada de eso ha servido. Al revés, cada día que pasa pierde más los nervios. Creo que nos echa un poco la culpa porque no estábamos cuando ocurrió el robo. A ratos tiemblan las paredes y se nos caen los cuadros encima. O se abren los grifos de repente, bañera, fregadero, lavabo, todos a la vez, y tenemos que correr de habitación en habitación fregona en mano. Además, desde hace unos días las persianas de la habitación por la que entraron los ladrones están cerradas y por las mañanas no podemos abrir las ventanas para airear, por si acaso. Pero es al anochecer cuando lo pasa peor. Balbucea que tiene miedo de que los ladrones rompan otra vez la ventana del primer piso y se cuelen. De pronto las puertas se bloquean y nos quedamos encerrados en el dormitorio o en la cocina. Nosotros le aseguramos que la policía está a punto de atrapar a los ladrones y que hay pocas posibilidades de que nos vuelvan a robar. Pero no funciona y hay que esperar a que las cosas se calmen. Como está más tranquila cuando estamos los dos, yo he dejado de ver el partido de los martes en el bar. Nos quedamos en casa, mi mujer y yo, en silencio, leyendo o viendo la televisión.
Durante el día no es más sencillo. Al final lo hemos hablado y mi mujer ha pedido la baja para poder ocuparse de la casa. Y ahora que tiene tiempo, incluso se ha propuesto pintar la fachada y poner cortinas en el salón. Pero la casa está tan nerviosa que no le gusta ningún color y no se decide por ninguna de las telas que le enseña mi mujer. Yo voy haciendo arreglos que tenía pendientes. Una puerta que no cerraba bien, un enchufe que había que cambiar o una bombilla que ya no se encendía. Pero aunque le dedico todas mis horas libres después del trabajo y del fin de semana, nada de esto parece funcionar. Cuando nuestros amigos nos proponen planes, no tenemos otro remedio que decir que no, y tampoco podemos invitarles porque la casa se pone aún más nerviosa delante de otras personas. Hace unos días el cartero tuvo que pasarnos una carta certificada por debajo de la puerta. La cerradura estaba bloqueada y el timbre había dejado de funcionar.
Esta noche ha sido la peor de todas. Las paredes han temblado más que nunca y la vajilla se ha hecho añicos contra el suelo de la cocina. Las persianas están bajadas y todas las cerraduras, bloqueadas. Mi mujer está encerrada en el cuarto de baño. Yo voy de un lado a otro del pasillo, todavía en pijama, y golpeo la puerta, golpeo con fuerza, pero no sirve de nada.

2 comentarios:

  1. Qué buen relato. Nunca se me habría ocurrido que la casa pudiera estar nerviosa. Ante eso yo pensaría q tenemos fantasmas...

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  2. ¡Hola Princesa!
    Me alegro de que te haya gustado. La casa está nerviosa, efectivamente, pero quizás no sólo la casa. ;)
    Un saludo y gracias por pasarte y comentar.

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