miércoles, 2 de septiembre de 2009

Un buen día. (Cover).

I.
- Troncos... ¿os acordáis del doctor Octopus?

Nada más hacer la pregunta me arrepiento. No sé por qué hago preguntas como ésa pero sí sé cómo seguirá la cosa.

- ¿El doctor Octopus? Claro, tío. El malo de Spiderman ¿Qué pasa con él?
Dudo. Estoy a tiempo de soltar un "nada", darle un sorbo a la cerveza y fijar la mirada en el culo de Judit, que, por otro, lado está muy buena. Qué coño. Ya he empezado, dejamos que los leones se diviertan. Además, voy a mirarle el culo a la camarera de todos modos.

- Pues que hoy he estado leyendo unos viejos comics de Spiderman que tenía perdidos en mi cuarto... Muy guapos...
Atención, ahí viene.

- ¡Venga ya, tío! No jodas... Tienes que airearte, cojones. Tanto tiempo en tu cuarto con las cortinas cerradas te está volviendo gilipollas...

Florent me mira muy seriamente mientras le da una calada a un cigarro. La primera en la frente. El resto sonríen y asienten. Yo también sonreiría pero alguien me ha robado las ganas. Y al culo de Judit le han salido cartucheras de repente.

- Pues a mi me gustaba Tintín.

Gracias Eric, gracias. Acabas de arreglarme la noche. Florent ni siquiera espera a que el humo se escape de sus labios para embestir.

- Joder, Eric. Tintín era gay.
- ¡Coño! Tintín y el chucho ese... ¿Cómo se llamaba el perro?
- ¡Qué dices, tronco! Tintín no era gay...
- Milú, ¿no?

Me concentro en la cerveza mientras Eric, Florent y Miguel discuten sobre la tensión sexual oculta entre Tintín y el Capitán Haddock. Como casi siempre últimamente, me siento como un espectador de lo que pasa a mi alrededor, sin fuerzas ni ganas de unirme a lo que pasa, pero sin poder soltarlo, como si fuera mi tabla de salvación. Un televidente en su sofá, y la vida es la caja tonta.
Saco de paseo mis pensamientos a través de la ventana, por los tejados desiguales, me los llevo a dar una vuelta por las calles mal iluminadas y trepo con ellos hasta la Alhambra, donde los suelto para que estiren las piernas entre los jardines. Con un poco de suerte, se pierden y hoy consigo dormir un poco. No recuerdo haber conseguido cerrar los ojos esta noche. En realidad, desde hace ya demasiado tiempo no logro recordar ninguna noche: son enormes prolongaciones del día en las que el silencio es intenso, casi peor que el rugido de los tubos de escape de las scooters que recorren el laberinto del Albaicín.

- ¡Goooooool!

El grito de Flo me devuelve a la mesa del bar, a las cervezas casi acabadas, al plato con restos de solomillo al whisky y al Valencia-Barcelona que echan por la tele.

- Madre mía, qué golazo...

Eric mira fijamente el televisor: a cámara lenta, Mendieta engancha de bolea un balón al borde del área y Hesp ni se mueve, impotente. Hesp, yo, mi vida, el balón. Tengo que girar el cuello como un búho para poder verlo: un señor gol y encima al Barça. Levanto la cerveza y brindo con Flo y con Eric. Miguel no separa los ojos de la televisión, mosqueado, y el realizador parece ensañarse con él repitiendo una y otra vez, desde ángulos absurdos, el gol del jugador del Valencia.

- Me cago en la puta. – se lamenta.

Luego coge su caña, la apura de un trago y se levanta.

- ¿Otra, no?

Todos asentimos en silencio.

- ¿Pido algo más de comer?
- A mi pídeme otro tinto – sugiere Eric— y unas bravas.

A mi me da igual y digo que sí a las bravas con la cabeza. Miguel se dirige a la barra arrastrando los zapatos.

- Estáis jodidos, Migue.

Miguel no contesta a la provocación de Florent. Se encoge de hombros y se inclina sobre la barra para pedirle las cañas y las bravas al Turco. Florent da una calada a su cigarro y el humo apenas se distingue en el aire viciado. Eric está absorto en el partido, sentado de lado en la silla, con la espalda apoyada en la pared de azulejos beiges.
Algún día tengo que escribir una canción sobre el Turco, que no es turco sino sueco y se llama Sven, aunque nadie lo diría. El cabrón es más moro que Osama y cada vez que alguien, invariablemente, le pregunta cómo puede ser sueco y tener esa cara, él sonríe y responde, con su acento recién sacado de un congelador, que no tiene ni puta idea. “Ni puta idea”, literalmente. Cuatro años son más que suficientes para que hasta un sueco aprenda las buenas costumbres. Vino de erasmus desde Goteborg o desde Estocolmo, se emborrachó durante tres meses, un día de resaca se despertó con novia y cuando acabó el curso decidió quedarse en Granada y se fue a vivir con ella. Abandonó los estudios, se puso a trabajar en el bar y la novia le dejó cuatro meses después por un español más rubio que él. Lleva tanto tiempo detrás de esa barra que el bar es prácticamente suyo y más de una y más de dos noches lo he cerrado con él. Luego hemos cerrado el resto de bares de la ciudad y hemos acabado tirados en cualquier acera, ignorando al sol, cagándonos en las mujeres y en los rubios, insultando a los japoneses que se cambian de acera y nos miran desde sus cámaras digitales, Sven en sueco como para demostrar que no es árabe sin ser consciente de que seguramente no saben distinguir la lengua árabe del sueco empapado en alcohol. Sin ser conscientes ninguno de los dos de nada, en realidad.

- ¿El Madrid contra quien juega mañana? – pregunta Miguel, mientras me tiende una cerveza.

Luego va a buscar el plato de bravas y la copa de vino de Eric sin esperar la respuesta. Floren apaga su cigarro en el cenicero cargado de colillas e inmediatamente saca otro de la cajetilla.

- Contra el Santander, en El Sardinero — contesta elevando el tono, y se enciende el pitillo.
- ¿Cómo quedaron en la ida?

El Lucia interrumpe la conversación mientras arrastra sus más de ochenta años y una silla hacia nuestra mesa. Es un parroquiano habitual y un gorrón, y Florent salta como un resorte.

- Y una mierda Lucia, que la última vez te acabaste la comida y ni siquiera pagaste. Tú en tu mesa, nosotros en la nuestra, y si quieres beber y comer te lo pagas tú, que tu pensión te da para eso y todavía te sobra para las putas.

- No hables así, niño, que podría ser tu abuelo.

El viejo responde con su voz cascada. Se la rompió una traqueotomía hace algunos años. Siempre lleva un jersey negro de cuello vuelto para ocultar la cicatriz del cuello, a pesar de que la voz le traiciona y a pesar de que esta noche hace calor.

- Pero no lo eres, así que venga, ya te puedes ir largando.

El Lucia mira a Florent sonriente. Tiene una sonrisa que me recuerda a la de un niño bobalicón, de esos que en el patio del colegio no te dejaban en paz ni aunque les dieras de hostias. Pero, en este caso, el viejo se lo piensa mejor y coloca la silla en la mesa de al lado. La experiencia, será.

- Ganó el Madrid seis a uno, Lucia – le contesto— aunque mañana no juega Raúl, está lesionado.
- ¿No juega? – pregunta Eric, sorprendido.
- Eso parece. Lo he leído esta mañana en el Marca.

El viejo asiente silencioso, todavía con la sonrisa en el rostro, y se concentra en el partido, que ya agoniza. Yo le doy un sorbo a mi cerveza y le imito, asumiendo el riesgo de acabar con tortícolis. La camarera pasa por nuestra mesa y recoge los vasos vacíos.

- Judit, ponle una caña al Lucia que yo te la pago—le pide Miguel.

Ella sonríe y luego se aleja hacia la barra, y su culo serpentea entre las mesas.

- ¿Cuándo vas a salir con ella de una puta vez? – suelta Floren sin molestarse en bajar la voz.

Los tres miramos a Migue. Éste ignora la pregunta y sigue mirando el partido, obstinado. Da un sorbo a la cerveza.

- Venga ya, tío. No te hagas el loco. La cosa no puede estar más clara.

La mirada de Migue no se despega del televisor. Me empieza a doler el cuello así que me siento de lado en la silla para poder ver el televisor. El árbitro le ha sacado una tarjeta roja a Juanfran y uno del Valencia que no sé quién es se le ha echado encima. Judit aparece al fondo con la caña del Lucia. Flo insiste.

- Yo no sé por qué te cuesta tanto. Con lo buena que está y lo fácil que lo tienes…

Esta vez Migue salta, en voz baja pero firme.

- Florent, ya te puedes ir callando la puta boca.

Judit le pone la cerveza al viejo y luego deja la cuenta sobre la mesa, junto a Migue. Vuelve a sonreír pero no es una mecánica sonrisa de amabilidad, ni una sonrisa dirigida a los cuatro. Es una sonrisa de Migue y sólo de Migue, y la hemos visto todos. Judit se va pero esta vez ninguno mira cómo su culo se desliza hasta la barra.

- Joder, tronco, ¿eso qué ha sido…? – le pregunto, aunque en realidad no me interese, aunque en realidad no quiero saber que esas sonrisas aún existen y que a Miguel le acaban de regalar una.
- Basta ya, joder, sí que sois pesaos con la camarera de los cojones.
- Pero Migue, si es que la tienes hecha… -- Flo no se da por vencido, nunca se da por vencido.
- Florentino, coño, ya vale. ¿No sabes parar? Dejadme ver el puto partido en paz…
Flo sonríe, da una calada al cigarro.

- Pues nada, tío, tú mismo….
- Pues eso, yo mismo.

De pronto sólo se escucha al comentarista del partido. Aún no ha terminado pero no tengo ganas de volverme. Enfrente de mí, Miguel está visiblemente cabreado. No sólo el Barça va perdiendo sino que encima Florent tiene que venir a tocarle los cojones. Aunque, yo también he contribuido lo mío. Cojo un palillo y me pongo a jugar con una patata, la deslizo por el plato y hago sangrientos dibujos en la superficie que me recuerdan al Sr. Naranja desangrándose en el suelo del viejo almacén de Reservoir Dogs. Bebo un trago de la cerveza fría y se me alivia un poco la mala conciencia. Mejor intentar despejar la atmósfera.

- ¿Cuándo volvéis a tocar, Migue?

Esta vez sí deja escapar la mirada del fútbol y me mira. Se toma su tiempo para responder.

- No lo sé, la verdad. Está la cosa parada…

- ¿Pero no os ibais de gira? – pregunta Florent, y luego hace gestos como si intentara apagar la patata que le quema el paladar.

- Sí, pero Sergio se ha jodido un pie.
- Qué putada.
- No sé, casi mejor. Al final es una paliza de furgoneta y palmamos pasta, así que…
Se encoge de hombros intentando aparentar indiferencia, aunque se ve a la legua que le jode quedarse en Granada.

- ¿Cuánto tiempo va a estar sin moverse?– le pregunto.
- No sé, quizás un par de meses hasta que se haya recuperado.
- Pues toca con nosotros.

Le lanzo la propuesta a bocajarro, casi sin darme cuenta. De nuevo el silencio roto por la excitación del comentarista. Me pregunto si estará teniendo un orgasmo.

- ¿Con vosotros? Pero si vosotros ya tenéis bajista…
- Ya, pero estamos un poco hasta los huevos de Kieran.

Muy bien, Florent, sobre todo sutilidad y tacto.

- ¿Y eso?

Florent me mira como si me pidiera permiso para hablar. Lo va a contar de todos modos, así que esta vez soy yo el que se encoge de hombros.

- No sé, tío, está demasiado pendiente de Migala y últimamente pasa bastante, así que queremos hablar con él para que lo deje porque entramos a grabar dentro de un par de meses y necesitamos un bajista que esté centrado.

Ahora es Miguel el que clava sus ojos en mí, esperando confirmación. Yo asiento con la cabeza aunque sé que la historia es más complicada: en realidad no se aguantan. Florent no soporta que Kieran quiera más protagonismo y Kieran está hasta los cojones de Flo y de su carácter. Los dos tienen su parte de razón, pero yo tengo claro a quién prefiero en el grupo.

- Migue, tú conoces las canciones y ya has tocado con nosotros. Y no vas a tocar con Del Ayo hasta dentro de por lo menos tres meses. Tienes tiempo. Si cuando acabemos de grabar no quieres seguir, no pasa nada, ya buscaremos a alguien para la gira.

- No sé, Jota, no sé si es el momento, tengo que pensarlo…
- ¡Se acabó el partido!

La voz ronca del Lucia, casi un gruñido, interrumpe la conversación. Los cuatro miramos el televisor. Tiene razón: los jugadores se van al vestuario mientras el Camp Nou se vacía. La cámara muestra las caras serias de los hinchas culés, luego a dos valencianas que están muy buenas y sonríen, con las mejillas pintadas de naranja y agitando una bandera del Valencia, y luego otra vez a los aficionados tristes o cabreados del Barça. Como si lo viera: ahora el periodista le preguntará, a pie da campo, las cuatro gilipolleces de siempre a algún jugador del Barcelona que contestará otras cuatro gilipolleces.
Sven cambia de canal antes de que pueda comprobarlo.

- Me cago en la puta… - masculla Miguel.
- Lo siento, tío. – Eric apura su copa de vino - ¿pagamos y nos vamos?
Los tres asentimos.

2 comentarios:

  1. Me gusta, mucho (aunque eso ya lo sabes), me gusta Sven, y el viejecito, y quizás hayas sido demasiado bueno con Jota sí, pero está bien descifrar qué le podía estar pasando por la cabeza. Me encanta cómo nos llevas de su cabeza al partido, de ahí al grupo, posicionando cada personaje justo donde tiene que estar, pasando por la camarera, que por cierto, Judit... un nombre estupendo ;)

    Ole la documentación y no tardes en las siguientes entregas, que yo ya quiero saber cómo acaba (aunque conociendo la canción me lo puedo imaginar...jeje)...No te faltan ideas, y da gusto leerte, así que espero más (y mejor, si puedes, que siempre hay algo que mejorar) prontito.

    Mua!

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  2. lo dicho, pero que muuuy bien. y olé!

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