sábado, 26 de septiembre de 2009

Un buen día. (Cover).

III.

En la pista hay gente, mucha gente. No reconozco sus caras, la noche las difumina. Un gesto de vez en cuando, una sonrisa algo desencajada, una mirada que atraviesa el caos y se clava en mis pupilas dilatadas, los brazos que se mueven como si quisieran espantar a los cuervos que, junto con los ojos, se llevan los sueños. ¿Qué nos hace movernos de esta manera? Es como en ese pasaje de La Historia Interminable, no recuerdo exactamente en qué momento, hacia el final, cuando decenas de personas bailan y se retuercen desesperadamente en mitad de un camino. Pero no es lo mismo. Nosotros tememos el amanecer, y esa es la respuesta: bailamos porque tememos la luz que exprime el sol y que deja las heridas al descubierto. Somos unos cobardes.
Flo no baila, sigue el ritmo con una mano, con la otra sujeta la copa y habla con Judit, que ha aparecido de entre el resto de posesos. Sven no viene, me ha dicho al llegar, como si se disculpara, y luego ha preguntado por Miguel. Miguel está con su novia, ha soltado Flo a quemarropa. No sé qué cara ha puesto Judit porque yo me he encogido de hombros y me he puesto a hablar con Eric. Flo ha sido más práctico: se la ha llevado a la barra y le ha pagado un cubata. Está generoso, el cabrón, y le funciona: ella no se ha separado de él y yo me ahogo, poco a poco, entre los hielos y los azulejos del baño.
Eric me dice no sé qué de una tía. Le miro y veo que a su lado hay una chica con cara de quinceañera y las tetas grandes. Tiene un boli en la mano.

Jota, insiste Eric, fírmale un autógrafo, y me tiende un papel.

Nunca sé qué decir y no digo nada. Cojo el papel, le digo a Eric que se dé la vuelta y sobre su espalda escribo: Nunca dejes que te jodan (sería delito). Firmo preguntándome si entenderá que la mala hostia que escupe la frase no tiene nada que ver con su cara de quinceañera. No, no lo ha entendido. Mientras se pierde, Eric me mira con reproche.

Eres gilipollas, ¿has visto sus tetas? Te la podías haber hecho, lo tenías fácil.

Se tambalea un poco, aunque quizás sea yo el que pierde el equilibrio porque noto cómo el whisky con coca cola resbala por mis dedos. Me encojo de hombros. Pensar en currarme a una tía me provoca una descarga que me paraliza.

Creo que he aborrecido a las mujeres, me oigo decir.

Y de pronto me da vértigo un infinito sin mujeres.

Eric se descojona. Puedo oír sus carcajadas entre el ruido de los sintetizadores.

No digas gilipolleces, ya se te pasará, siempre se pasa.

Luego bebe un trago de su copa.

Jota.

Sintetizadores.

¿Sabes lo que más me jode en realidad de todo esto?

Sintetizadores.

Tus patillas, tío.

¿Mis patillas?

Tus patillas. Echo de menos tus patillas. Tienes que afeitarte, tronco.

Sintetizadores.

Eric se tambalea, sí, y su cara es una máscara histriónica al hablar. Miki funde los sintetizadores con otra canción electrónica. Kraftwerk. Es el único grupo que reconozco desde hace, por lo menos, años.

Eric, ¿sabes lo que necesito? Necesito una raya.

La máscara asiente con un esfuerzo gigantesco.

Vamos.

Es complicado esquivar a la gente que baila de camino al baño. Estoy seguro de que he tirado la copa de alguien pero no vuelvo la vista. Eric va delante de mí y es como un perro que ha olido a la presa, con la mirada fija en la oscuridad del baño, al fondo de la sala. Somos dos sabuesos y la comparación me parece idiota pero exacta. Intento recordar cuántas veces he recorrido el mismo camino esta noche pero no soy capaz. Muchas, seguro. Millones. En realidad no importa.

El baño de tíos está libre. Entramos y yo me coloco tras la puerta para evitar que alguien entre mientras Eric saca la papelina. Luego prepara dos rayas, largas y finas, y me recuerdan a los gusanos que usaban en las campañas contra la droga. Dos gusanos sobre el desgastado mármol del lavabo, blanquísimos, listos para trepar por mi nariz y pasearse eufóricos por cada rincón de mi cerebro, dejando una parte de si mismos mientras se arrastran, hasta al fin desaparecer.

Déjame un billete, anda. Eric habla mientras se restriega un poco de coca por la encía, y hace un ruido, chup, chup, que se pierde en la música que resuena extraña en la pequeña habitación.

Saco un billete de cinco mil pesetas, lo enrollo y se lo paso. La mitad de la cara del rey queda hacia fuera, como si quisiera mirar de hurtadillas lo que hacemos. Siempre me ha gustado usar billetes para esnifar. Me intriga pensar por qué manos pasarán después, quién más los usará para lo mismo que yo. Me imagino los minúsculos restos de coca viajar con el billete, impregnándolo todo y entonces, durante un instante, todos tienen sus manos manchadas: señoras comprando salchichas en la carnicería, musculosos hinchados cuando pagan sus gimnasios, abuelos al darle la paga a sus nietos.

Eric se mete su raya y parece un profesional. Casi sin ruido y sin dejar rastro. Me pasa el canutillo y me cede el sitio. Mi gusano sigue en su sitio, aguardando. Me inclino sobre él y justo en ese momento alguien llama a la puerta.

¡Está ocupado!, grita Eric, y su grito oculta el ruido que hace mi nariz al esnifar.

Recojo con el dedo los pequeños restos que quedan sobre el mármol. Es como si no fuera mi dedo el que acaricia las encías.

Salimos del baño y un niñato nos mira con cara de sorpresa. Está muy borracho. Pasamos de largo. Cruzamos la pista. Caras, muchas caras. Cuerpos que se abren y se pliegan con el riff de Firestarter. Los esquivamos. Eric se gira: Ya no está Flo. Lo busco. Busco también a Judit. Ya no está Flo. Sonrío. Flo es un cabrón. Sonrío pero hay algo muy amargo que desfigura mi mueca y no es la coca: una cama vacía, un cuarto vacío, una vida vacía.

Eric señala hacia la barra. Le sigo. Vuelvo a tirarle la copa a alguien. Me doy la vuelta. La chica parece no haberse dado cuenta y gira, gira, gira. Un remolino.

Llegamos a la barra y echo de menos a Marta y a su tatuaje sobre su piel pálida. Echo de menos una piel cualquiera.

Oigo cómo Eric pide dos whiskys. Pago yo, le digo. Saco el billete de 5.000 pesetas. Partículas, minúsculas partículas blancas que vuelan de mano en mano. El vaso está aún caliente. Noto cómo el hielo lo va enfriando. Enfría mi mano también. Enfría la habitación entera. Los cuerpos quedan suspendidos en la oscuridad y yo puedo moverme entre ellos y mirarlos. No se dan cuenta. Puedo ver sus pecados y sus miedos, puedo ver que huyen, puedo ver cómo se esconden en el humo espeso que lo llena todo. Pero yo me escurro entre las volutas y sus sonrisas fluorescentes no me engañan.
De repente, no quiero estar aquí.

4 comentarios:

  1. Para q veas q me lo he leido te dejo un comentario!!
    No hace falta q lo vuelvas a escribir, te doy mi visto bueno! jeje. Me ha gustado mucho la sensación de velocidad q das con las frases cortas al momento en que vuelven del baño. Espero la continuación!

    M. Revenga

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  2. Huy, yo tampoco. Pero mío es por sociopatía, vamos, que empatizo. Por eso y porque escribe usted muy bien.

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  3. Fourth Chapter Please!! :)


    Ana.

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  4. bravo!!!
    (voy a por el siguiente con la intriga a cuestas)

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