lunes, 1 de noviembre de 2010

Ejercicio nº 2

En un islote de Oceanía, un islote mezquino, pedregoso, dos náufragos caminan por la playa como dos cormoranes heridos. Avanzan lentamente, como si la arena les agarrara los tobillos a cada paso. Uno de ellos lleva un taco de polo que usa a modo de bastón. Chof, chof, marca el ritmo. El otro camina a su alrededor en zigzag con aire distraído. Lleva el brazo derecho vendado con una camiseta rosa. Ambos son altos y llevan el torso descubierto. Las costillas sobresalen como muescas que el tiempo ha marcado en la piel.
De repente, el que lleva el brazo vendado se detiene y se derrumba boca arriba sobre la arena. El otro se detiene.
- Vamos, Louis, levanta. Tenemos que seguir y volver a la cueva antes de que se haga de noche.
- No Marcel, no. Estoy cansado de andar. Y Marguerite no puede caminar más. Tenemos mucha hambre.
Marcel resopla inclinado sobre el taco. Las piernas casi no se distinguen del palo en la sombra alargada que el sol proyecta sobre la arena.
- Claro que tienes…, que tenéis hambre. Yo también tengo hambre, pero quedarnos aquí parados no lo va a solucionar. Hay que volver a la cueva, allí al menos tenemos cocos.
- ¿Cocos? Marguerite está cansada de comer cocos. Todo el día cocos. Para desayunar, para comer, para cenar. Cocos, cocos, cocos. Y yo también empiezo a detestar los cocos, si te sirve de algo. ¿Sabes qué me apetece, Marcel?
- ¿Qué te apetece, Louis?
- Me apetece un filete. Un buen filete de ternera con salsa de mostaza y con patatas fritas. Y una copa de vino tinto. Un Châteaux Léoville, por ejemplo.
Marcel no contesta. Desliza poco a poco la mano por el taco y se sienta con cuidado sobre la arena, junto a Louis, que sigue tumbado y acaricia el vendaje rosa del brazo. Frente a ellos, el sol se deja engullir por el mar sin oponer resistencia. Las olas rugen a sus pies. Marcel se lleva la mano al vientre y pellizca la piel reseca y tostada.
- O a lo mejor pescado -continúa Louis-. Marguerite echa de menos el Isami. El mejor sushi de París, dice.
Luego añade, como si hablara para sí mismo, casi en voz baja:
- Sushi… No, creo que prefiero filete.
Marcel sigue muy quieto, con el taco bien agarrado en su mano derecha. A su lado, Louis, con una sonrisa que se escurre entre la poblada barba, sigue hablando.
- Quizás podría intentar pescar algo. No puede ser tan complicado. Meterse en el agua, ir con cuidado, un movimiento rápido y, ¡hop!, un buen pescado para cenar esta noche. ¿Tú qué crees, Marcel?
Marcel le mira con desgana.
- No, Louis, mejor no lo intentes. Estás demasiado débil…
- No, Marcel, lo que estoy es demasiado hambriento. Y a Marguerite no dejan de sonarle las tripas.
- Acabarías en el fondo del mar, Louis.
El sol casi se ha puesto en el horizonte y del mar llega una brisa fría que anuncia la noche. Marcel clava firmemente el taco en la arena y se apoya en él. Resopla y se levanta.
- Vamos, Louis, tenemos que seguir.
Louis se incorpora hasta quedar sentado. Tiene la mirada perdida y no deja de acariciar el vendaje.
- Dice Marguerite que su primo Antoine pescó una vez una carpa con sus propias manos.
Se pone de rodillas, extiende una pierna, después la otra, trastabilla. Marcel le tiende un brazo pero Louis no parece verlo. Al fin consigue quedar de pie.
- Su primo Antoine es un poco tonto. No puede ser difícil.
Louis mira al mar una última vez. Su cuerpo se encoge con un escalofrío. Luego, echa a andar junto a Marcel.


*La frase en negrita corresponde al relato "El valor" de Ángel Zapata. Era el punto desde el que debíamos partir para construir nuestro propio cuento.

2 comentarios:

  1. Aunque sabes que no soy muy comentarista, que sepas que despues de años, hace un par de relatos que vuelves a tener mi admiración... Seguiré vigilando

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  2. Hace tiempo que no hablaba... De nuevo estoy aquí...

    Despues me dices a mí, y tú qué? Ya vas por un mes y 7 días. Espavila porque me gusta leerte.
    Es más, creo que coincidimos en muchas cosas.

    Por cierto, de nuevo escribí en mi blog... Aprende poeta silencioso

    Saludos desde BCN,
    Javier

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