martes, 2 de septiembre de 2014

Habitación número 1

El viejo dinero ya no sirve para nada. Por eso, la directora deja que los huéspedes paguen con lo que puedan. Algunos ofrecen su vajilla; otros, maletas llenas de ropa. Hay incluso quien deja sus viejos álbumes: en las fotografías son más felices y apenas se les reconoce. Van dejando lo que no pueden llevar en su viaje. 
Hemos acordado que lo vamos a guardar todo (zapatos de tacón, cepillos eléctricos, gafas de sol) en la habitación número 1. No queremos tirar nada porque no sabemos lo que puede ser útil algún día. 
Los manteles de hilo los usamos en el comedor y quedan bien porque no hay ninguno igual, y es una pena porque cada vez menos huéspedes bajan a comer. Todos los lunes vamos al mercado con la intención de hacer intercambios, pero los pocos tenderos que quedan tienen las estanterías casi vacías. Abren sus puestos porque no saben hacer otra cosa, porque eso es lo que han hecho siempre. Nosotros, mientras abran sus puestos, seguiremos yendo los lunes. Por si acaso.
A veces, los huéspedes nos ofrecen revistas ya antiguas y nosotros arrancamos las hojas (porque no dicen nada que sea verdad) y hacemos bolas de papel que lanzamos a la chimenea de la sala de personal. No hace frío pero nos gusta mirar el brillo de las llamas. 
Hay algunas cosas (lápices de colores, barajas de cartas, libros; sobre todo, libros) que nos repartimos. En mantenimiento nos hemos quedado un juego de destornilladores y un casco de bicicleta que usamos por turnos (y es divertido, aunque el hotel está en buen estado y no parece que se vaya a derrumbar). La directora se ha llevado una guitarra a su habitación y nos ha confesado que no sabe tocar.
También dejamos que los huéspedes rebusquen en la habitación, por si encuentran algo que les interese. La huésped de la 39 ha colgado dos cuadros en el hall y pasear por él es como irse de viaje. La huésped de la 22 paga su estancia tocando el acordeón todos los miércoles en la sala de personal, junto al fuego. Abrimos una de las pocas botellas de vino que nos quedan en la bodega, invitamos a beber a todos los huéspedes y se difumina un poco quienes somos.
Como los cortes eléctricos son cada vez más frecuentes pedimos a los nuevos huéspedes que nos paguen con velas. Las repartimos por las habitaciones y los pasillos, y también por el comedor aunque ya casi no venga nadie. En la sala de personal no ponemos velas, con la chimenea es suficiente. Es reconfortante ver cómo arden las pequeñas bolas de papel, cómo se deforman las palabras de tinta, cómo se consumen las fotografías de rostros sonrientes y cuerpos que nunca han existido.
Si no tienen velas, cualquier cosa nos sirve. Cuando se llene la habitación número 1 usaremos la 38 porque el somier de la cama está roto y no dejamos que nadie duerma allí. Al menos, hasta que encontremos repuestos.

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