martes, 26 de agosto de 2014

Habitación número 5

La televisión está encendida: un telediario que emite noticias a ritmo marcial, una presentadora joven con rostro serio. 
La camarera del hotel espera junto al escritorio. La mujer se maquilla de pie, frente al único espejo que hay en la habitación; se esparce crema en los pómulos, en la frente, en la barbilla. 
- ¿Sabes por qué me pongo tanta base? – dice. 
- No, señora. 
- Para tapar las arrugas. Hay que taparlo todo, ¿sabes? En la televisión… Siempre se lo decía a Marco, Marco era el maquillador, un cretino, le decía: tápame bien porque los focos son traidores, lo desvelan todo. 
La mujer coge un pequeño bote y deja caer una gota de crema color salmón sobre el pulgar. 
 - Cuando eres joven, no importa, pero luego… Cada segundo delante de la cámara es un salto al vacío, te la juegas – dice. 
- Sí, señora. 
- Tú eres joven, estas cosas no te preocupan, claro, y además nunca has salido en televisión. 
- No, señora. 
- De todas formas, ese vestido no favorece nada. Deberías decírselo al director del hotel. 
- Directora, señora. 
- ¿Cómo? 
- Es una mujer. 
- Bueno, es lo mismo. No es nada favorecedor. 
- Es cómodo… 
- ¿Y qué? ¿Crees que usar una hora para maquillarme, to-dos-los-dí-as, es cómodo? 
- No, pero usted… 
- ¿Pero qué? 
- Nada, señora, disculpe. ¿En qué puedo ayudarla? 
- ¿Cómo?
- Ha llamado al servicio de habitaciones… 
- Ah, eso. 
La mujer coge de su neceser una brocha y un estuche, impregna la brocha de su contenido y se lo aplica con movimientos nerviosos. 
- ¿Qué ha pasado con el desayuno? – dice. 
- ¿A qué se refiere, señora? 
- Es un desastre. Cada vez peor. ¿Qué ha pasado con los huevos escalfados? No es que fueran buenos, pero eran algo comparados con el desayuno de esta mañana. 
- No hay, señora. 
- ¿Perdona? 
- No hay, no quedan. Cada vez es más difícil encontrar alimentos frescos, ya sabe… 
La camarera señala con la cabeza el paisaje gris que se recorta en las ventanas. La mujer ignora el gesto y busca algo en su neceser; lo encuentra: un lápiz negro con el que se dibuja una raya en la raíz de las pestañas. 
- No me importa, quiero huevos escalfados todas las mañanas. Para eso pago. 
- Es imposible, señora. Lo siento mucho. 
- No me importa, te lo he dicho. Os las apañáis. Por cierto, puedes llevarte la bandeja. 
La camarera coge la bandeja del escritorio. La comida está intacta. 
 - Ah, y dile al director que os cambie los uniformes, de verdad, son muy poco agradables – dice la mujer. 
- Directora. Es una directora– dice la camarera. 
Cuando se queda sola, la mujer se pinta los labios frente al espejo: carmín rosa en los labios fruncidos. Luego, se sienta en la cama, frente a la televisión, y cambia de canal con el mando. Cambia otra vez. Y otra. Todos los canales devuelven el mismo vacío oscuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario