martes, 9 de septiembre de 2014

Habitación número 7

El pelo que se acumula sobre mis pechos es como todo lo que hay más allá de la habitación. Escombros. No sé cuándo va a parar, no sé cuándo acabará esta demolición, este siseo de destrucción que recorre mi cabello mojado con cada movimiento de sus manos. Todo se está derrumbando en pequeños cabellos negros sobre nuestros hombros y él no deja de cortar, sus dedos se niegan a soltar las tijeras. Le observa en el espejo, confiado, desnudo, y me veo sentada en esta silla de hotel incómoda. Me retuerzo un poco pero no hablo.
Él ha dicho antes: Te cortaré el pelo. 
Ha dicho: Tenemos que cambiar, escondernos, convertirnos en otras personas. 
Pero eso ya lo hemos hecho: hemos dado otros nombres en recepción, hemos fingido querernos, hemos inventado una sonrisa.
Ha dicho: Te cortaré el pelo y después me lo cortarás tú a mí.
También hay cabellos en el suelo. Son tan finos que al principio casi no se distinguen en el suelo del cuarto de baño. El suelo del cuarto de baño está frío. Cada vez se amontonan más cabellos en el suelo, cada vez más, y poco a poco van cubriendo las baldosas. Así es como se extiende un cáncer: pequeñas rendijas oscuras que se ensanchan y lo absorben todo hasta que ya es demasiado tarde. Y él sigue cortando, y el peso de los mechones sobre mis pechos desnudos, y el suelo frío del cuarto de baño, y todo ese estúpido dinero que a nadie le importa en la mochila, sobre la cama, y la pistola.
Él ha dicho antes: No nos va a hacer falta, pero es mejor tenerla.
Ha dicho: Yo me ocupo de ella, no te preocupes.
Él sigue cortando aunque no sé qué está haciendo, las tijeras se abren camino en mi cabeza, el siseo, y yo no quiero ver el desastre que dejan a su paso, miro los mechones que caen en mis pechos y también en el suelo. Son como culebras húmedas y están a punto de trepar por mis pies descalzos, a punto de arrastrarse por mis piernas hasta adentrarse en mi cuerpo, ocuparlo.
Él dice: Estás muy bien así.
Pero eso es imposible.
Dice: Ahora tú.
Pero yo no quiero levantarme de esta silla incómoda, no quiero coger las tijeras y contribuir al derrumbe de todo, no quiero oír cómo se despeñan sus cabellos como cascotes sobre el suelo del cuarto de baño.
Dice: Venga, me vas a dejar guapo, ya verás. Y entonces seremos Alberto y Lupe. Lo olvidaremos todo y empezaremos de nuevo.
Pero yo no quiero ser Lupe, no quiero empezar de nuevo. Quiero terminar, dejar de huir.
Dice: Venga.
Él se agacha y me besa. Me aferro con fuerza a su cuerpo caliente, sus labios saben a ceniza.
Me suelta y me ofrece las tijeras. En el espejo, una mujer desnuda se levanta, no soy yo, coge las tijeras, no soy yo, no soy yo, no soy yo...

---------------------------

1 comentario:

  1. Reinvéntate conmigo cada día, seamos esos, aquellos, descansemos del tu y yo...

    ResponderEliminar