martes, 17 de junio de 2014

Habitación número 13

Ahí sigue, con su vestido de flores y sus labios pintados de rojo, tumbada en la cama, bajo las sábanas a pesar del calor. Siempre este calor. Lee y ni siquiera me mira cuando entro en la habitación. Las persianas siguen bajadas y las lámparas están encendidas. Las lámparas son bonitas, mucho más que las viejas, desde luego, pero casi no dan luz y esta oscuridad…
   Aparco la bandeja sobre la mesita, entre libros. Dentro de un rato llamará a recepción para que recojamos la comida y apenas habrá tocado la ensalada, un pellizco de pan, algunas cucharadas de sopa. Nosotros cocinamos, subimos y bajamos la bandeja, de la habitación a la cocina, pero ella nunca tiene hambre... Cómo va a tener hambre si está todo el día en cama, todo el día leyendo.
   Me acerco a la estantería para colocar el encargo de esta semana. Falta Seda, no recuerdo el nombre del autor. No lo hemos conseguido.
   Se lo digo.
- Ya sabe lo difícil que es encontrar libros de papel hoy en día.
   La estantería también es bonita, como las lámparas; la mandó traer cuando ya no hubo sitio para los libros. Tuvimos que quitar la televisión y no sé cómo puede estar sin ella. No es que haya nada que ver – nada agradable, nada esperanzador – pero al menos… Como esas persianas cerradas, párpados que no quieren asomarse al mundo. Como esa comida que se queda fría todos los días.
   No hay hueco en la estantería para los libros nuevos.
   Se lo digo.
   Me mira como si despertara de un sueño, con esos ojos grandes y pasmados.
   No hay hueco, repito, y señalo la estantería que cuelga de la pared donde debería estar la televisión. Una tapia de libros.
   Ella vuelve los ojos a la página, como si con ese gesto quisiera decir: es vuestro trabajo buscar un lugar para ellos. Nuestro trabajo, más trabajo. Qué hacer, qué hacer. Todo está ocupado: las mesillas, salvo el hueco para la bandeja, el escritorio, incluso la butaca, tan vieja ya, tan cargada de libros. ¿Los habrá leído todos?
   Sólo queda el suelo.
   Saco los libros de la bolsa, uno a uno, y los coloco en una columna sobre la moqueta, bajo la estantería. Una pirámide, en realidad: los más pequeños sobre los grandes. Sonrío, no sé por qué. Leo los títulos: En el camino, El barón rampante, Por si se va la luz. Hay en ellos un brillo…, a pesar del polvo que se empieza a acumular en sus lomos.
   Seguro que los ha leído todos en esta habitación sin televisor. Nosotros les quitaremos el polvo mientras ella se queda en cama, vestida de flores, bajo las sábanas a pesar del calor, con un libro entre las manos. Ni me mira mientras me dirijo a la puerta.
   Una voz:
- Gracias por los libros.
   Sonrío aunque no estoy segura de que haya sido ella: la voz venía de muy lejos, sus labios rojos están quietos. 
   Cierro la puerta.

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