martes, 8 de julio de 2014

Habitación número 34

El pis está teñido de rojo: sus riñones empiezan a fallar. Otra vez.
Le pican las costillas y rascarse no sirve de nada.
De la estantería, coge un botecito con una etiqueta verde: los nanobots reparadores. Sólo queda una pastilla. Suspira. Sus riñones no van a soportar muchas más chapuzas. Dentro de unas semanas, uno de ellos dejará de funcionar y entonces… Entonces, no importa. Se traga la pastilla.
Tira el bote a la papelera, tira de la cadena.
El frío de los azulejos le quema los pies.
No quiere mirarse al espejo porque ya sabe lo que verá.
Vuelve a la habitación. Pasos cautelosos, dolor, el picor obstinado en las costillas.
Lo primero es devolver el ordenador a la vida, se ha quedado sin batería en una esquina de la cama deshecha. Para ponerlo encima de la mesa tiene que apartar la bandeja de comida que le han traído a diario mientras ella deliraba por la fiebre. Prueba la sopa fría, su estómago ruge. Lo primero es comer.
Devora, de pie, los filetes de pollo empanados y la ensalada. ¿Cómo consiguen los tomates? Son insípidos, arenosos, pero son tomates. Da las gracias en silencio al servicio de habitaciones.
Deja la bandeja a un lado, enchufa el ordenador. Escucha el zumbido del procesador al ponerse en marcha. Un bálsamo. Cierra los ojos, unos segundos, sólo unos segundos.
Busca en el maletín. Se mira los antebrazos y sabe que no va a poder usarlos. Se coloca una vía en el dorso de la mano derecha, extrae sangre. Conecta el tubo de ensayo al portátil para que procese la muestra. Se deja caer en la silla, el dolor, arrastra el maletín por la moqueta, cierra los ojos, todavía tiene que usar dos inyectables más.
El primero está en la nevera: una mezcla del virus de la gripe y un inmunosupresor para que el cuerpo no responda. Ése es, en teoría, el trabajo de los nanobots del segundo y último inyectable: localizar el virus, destruirlo y reparar las células infectadas.
Un tubo, otro tubo, gestos mecánicos.
Se levanta de la silla, pasos frágiles, se derrumba en el colchón. Las sábanas huelen a enfermedad. El picor es insoportable y coloniza nuevos territorios de su piel.
Enciende el teléfono y busca un número.
- ¿Dónde estás?
- Te lo diré, pero necesito un favor.
- ¿Qué estás haciendo, Martina?
- …
- Martina…
- Ya sabes qué estoy haciendo. Necesito un favor, necesito más reparadores, ¿puedes conseguirlos?
- No está funcionando, ¿no?
- Consíguemelos, por favor.
- No quedan nanobots, ya no queda nada. El laboratorio está desmantelado, Martina. Y no sólo el nuestro, lo sabes. No puedes seguir por tu cuenta, ya es tarde.
- Tengo que hacerlo. Por favor.
- Lo siento.
- Por favor…
- …
- ¿Y morfina? ¿Puedes conseguirme morfina?
- Dime dónde estás.

Cierra los ojos, sólo unos segundos. No puede dormirse, tiene que analizar los resultados de la muestra de sangre. Sólo unos segundos.

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