lunes, 4 de agosto de 2014

Habitación número 28

La comida es horrible, porque todo lo que está fuera de esta habitación de hotel está consumido y muerto, pero nosotras inventamos nuevos platos, añadimos ingredientes exóticos con nombres que rescatamos de la memoria, mordisqueamos postres que hace tiempo que no existen, aunque sé que Olivia piensa que es una tontería, que debemos aceptar lo que hay. 
Cuando acabamos de comer y el servicio de habitaciones recoge las tres bandejas, Clara pone ese gesto de huida que a mí me aterra. 
- ¡Adivinar películas! – digo. 
A Olivia le parece un juego para niñas pero sabe que a Clara le encanta, y por eso acepta y le propone la primera película al oído. Clara se coloca frente a la televisión porque dice que es casi como si estuviéramos viendo la película en la pantalla. Y es verdad que hace mucho tiempo que no encendemos la televisión porque ya no hay nada que ver. Clara sonríe como una auténtica actriz, su cuerpo se transforma. Yo demoro la respuesta al acertijo, alargo este tiempo en el que olvidamos por qué estamos las tres en esta habitación de hotel.
A veces, nos quedamos en silencio y pegamos las orejas a las paredes. Clara no puede evitar que se le escape la risa.
- Shhh – digo.
Jugamos a adivinar quién habita al otro lado: amantes clandestinos, estrellas de rock, narcotraficantes. En realidad intuimos que todos son refugiados, como nosotras.
Otras veces nos quitamos la ropa y somos amazonas, indias guerreras que arrancan las cabelleras a todo lo malvado que hay en el mundo. 
Pero, tarde o temprano, Clara se derrumba sobre el colchón y llora. En sus ojos enrojecidos puedo ver la oscuridad que acecha.
- No hay nada que hacer – dice.
Olivia pierde siempre la paciencia porque ella es la más valiente de las tres, y a veces no entiende a Clara.
- Sobrevivir, Clara. Llorar no sirve – dice, y arruga la mirada.
- ¿Sobrevivir para qué? ¡Nos estamos engañando! Todo se ha derrumbado y no queréis verlo – dice Clara.
Pero entonces yo beso a Clara en la frente y luego en la nariz y en las orejas y en el cuello, y ella se encoge porque tiene cosquillas, y luego los hombros y la espalda.
- Tenemos que cuidarnos, eso es lo que tenemos que hacer. Lo demás no depende de nosotras – digo.
Y sigo besando a Clara, y Olivia también le besa los pies y los tobillos, porque en el fondo a ella también le aterra la mirada de huida de Clara, y los muslos y el vientre, y nuestros gritos de guerra estremecen esta pradera minúscula.
Cuando llega la noche, después de que nos traigan la cena y volvamos a inventar viejos platos, apagamos las lámparas y encendemos las linternas, dibujamos un Universo en el lienzo oscuro del techo, estrellas y planetas, cometas y pequeños satélites que giran en órbitas caprichosas e imperfectas, colisionan, crean otros mundos y un nuevo cielo nocturno que nos envuelve mientras, lentamente, nos quedamos dormidas.

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