martes, 12 de agosto de 2014

Habitación número 41

La mochila está sobre la cama. Lo ha comprobado dos veces. Mira por la ventana. Afuera nada se mueve, sólo hay esqueletos oxidados de coches y polvo y el mismo cielo gris de siempre.
La mochila está sobre la cama pero no está segura de que ese sea su sitio. Quizás debería esconderla en el armario por ahora, hasta que todo esté en orden. Pero no se mueve de la ventana. Sus manos se enganchan a las cortinas como si fueran garras.
Entonces reconoce a la figura que camina con calma por la calle, como si el desastre que hay a su alrededor no importara. Ella envidia esa calma pero se pregunta de nuevo si la mochila está en el lugar correcto. Repasa la conversación que está a punto de tener, palpa la pistola que esconde en el bolsillo de su chaqueta, se recuerda que no puede parecer nerviosa pero eso le parece imposible. 
La figura cruza la calle con paso tranquilo, desaparece de su vista, ha entrado en el hotel.
Abre bien las cortinas. Entra poca luz pero la luz es importante.
La habitación se hace demasiado grande, sin forma, y su cuerpo no es capaz de encontrarle un sentido, se desorienta, pero es un instante, hasta que llaman a la puerta, dos golpes.
Hazle esperar, hazle esperar.
Pone la mochila sobre el escritorio. Mejor, piensa, aunque no sabe explicarse por qué.
Llaman otra vez y, ahora sí, ella abre la puerta. Al principio, sólo hay una silueta grande y oscura que se recorta en la luz anaranjada de la lámpara del pasillo. Poco a poco la silueta se materializa en un bigote, arrugas, un traje usado, una mirada ansiosa.
- Pase – dice ella.
Camina hasta el escritorio sin dejar de vigilar al hombre que la sigue. 
- ¿Ha traído el dinero? – dice.
- Lo que convinimos. 
Ella abre la mochila, saca un paquete de folios sin abrir. De repente, le parece muy pesado. Se lo tiende al hombre: la ansiedad de su mirada se ha transformado en alivio. Él estudia el envoltorio antes de abrirlo.
- Son auténticos. Es imposible.
- Lo son. Hay dos paquetes más.
- ¿Cómo los ha conseguido? Llevo tanto tiempo buscando papel de verdad. No puedo escribir si no es en papel…
- ¿Le interesan o no?
Él clava en ella su mirada; ella no puede evitar llevarse la mano al bolsillo, refugiarse en el contacto duro de la pistola.
- ¿Me tiene miedo? – dice él.
Ella no contesta.
- Eso es lo peor, ¿sabe?, la grieta que se ha colocado entre las personas desde que todo…
Él deja de hablar y posa su mirada en el paquete de folios. Luego, saca un fajo de billetes. 
- Aquí tiene – dice.
Los deja sobre el escritorio, coge la mochila y camina hasta la puerta. 
Ella ha visto las manchas en las manos. Tinta, piensa.
- Está descargada. La pistola. Era sólo…
Pero el hombre ha salido ya al pasillo, cierra la puerta.

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